dijous, 29 de juny del 2017

introducció a la bibliocleptomania


[...] En Roba este libro Miguel Albero propone una «Introducción a la bibliocleptomanía». El origen del libro está sin duda en su primer ensayo, Enfermos del libro: allí ya se estudiaba la bibliocleptomanía como una de las enfermedades de los coleccionistas y bibliófilos, pero el tratamiento del asunto se le quedaba corto para la inmensidad del tema. Ni que decir tiene que el autor no propone una apología de la bibliocleptomanía, sino una suerte de álbum de historias que se utilizan como trampolín para, a la vez que se nos llena el conocimiento con personajes extraordinarios, novelescos, inolvidables, indagar en la pregunta acerca de la ansiedad de posesión y sus motores -desde la poco poética ambición de hacer mucho dinero arrancando unos mapas de un volumen valioso hasta la extraña necesidad de completar una colección de libros que lleva a quien la padece a la mayor de las locuras (no sólo cometer un delito, sino poner en riesgo todos los demás ejemplares de esa colección que de repente valen mucho menos que aquel único ejemplar que le falta para terminarla)-. Hace años que uno leyó con auténtica admiración el Utz de Bruce Chatwin, donde nos encontrábamos con el arquetipo heroico del coleccionista capaz de hacer cuanto hiciera falta con tal de preservar una colección de porcelanas de Messien: en el libro de Albero nos encontramos con personajes tan fascinantes como aquel al que Chatwin dedicó su obra maestra.
Hay robos desmesurados y amorosos, como el de Marco Antonio, que robó una biblioteca entera para regalársela a Cleopatra, y otros de una ambición mentecata y narcisista -como la de Blumberg, que robó 20.000 libros y 10.000 manuscritos sólo porque quería batir el record Guinnes de bibliocleptomanía, en posesión de un David Shin. Entre los especímenes estudiados tenía que estar inevitablemente el del escritor: en efecto, abundan los escritores bibliocleptómanos, muchos de ellos dan noticias de su afición o enfermedad o lo que sea en sus ficciones, otros no tienen empacho en confesarlo en entrevistas (eso sí, siempre refiriéndose a un tiempo pasado que más o menos se suele situar en el comienzo de la voracidad lectora, la adolescencia o primera juventud, cuando nuestras posibilidades económicas están muy lejos de nuestras necesidades de lectura y las bibliotecas no siempre tienen lo que se busca).
Destaca Albero el caso Roberto Bolaño y su mítica juventud de ladrón de libros en las hondas librerías de México. Pero entre los casos de escritores que Albero menciona ninguno es tan fascinante como el de Joe Orton, que es en sí mismo una novela: robaba libros pero los devolvía después de intervenir en ellos. Orton y su amante se aficionaron a ese deporte: se llevaban un Confesiones de San Agustín, le quitaban la encuadernación y la sustituían por unas tapas donde habían diseñado un desnudo masculino lleno de tatuajes y llenaban sus páginas de ilustraciones más o menos eróticas. Luego devolvían el libro a la biblioteca de donde lo hubieran distraído. Lo curioso del caso es que lo que en su momento fue gamberrada acabó siendo gran negocio para los establecimientos atacados, porque esos libros customizados por Orton multiplicaron su valor cuando el dramaturgo se convirtió en celebridad, y se han pagado auténticas fortunas por uno de esos ejemplares.
En Roba este libro, Albero distingue entre el ladrón lector, el ladrón coleccionista, el ladrón cleptómano, el ladrón bibliotecario -aquí está el caso impresionante de Massimo de Caro, bibliotecario, falsificador, amigo del Vaticano, mentiroso compulsivo- entre otros tipos de ladrones. En cada caso va hilando historias -o leyendas, como la famosa del librero asesino- convocando personajes, estudiando la tipología, de manera que la lectura es siempre deliciosa.Y como buen libro de ensayo, conduce a otros libros, nos inyecta las ganas de saber más de algunos de los personajes convocados. Por ejemplo, es muy difícil pasar por la página dedicada al bibliocleptómano John Gilkey -un ladrón banal, que roba por robar, porque sus padres eran coleccionistas, porque sí, sin que le importe lo más mínimo lo que roba- sin sentir ganas de asomarse al libro que sobre él escribió Allison Hoover, El hombre que amaba los libros demasiado.
Albero, ni que decir tiene, no ha querido hacer un manual para enseñar a nadie cómo sustraer libros, sino una minuciosa taxonomía que agranda sus pasillos con otras actividades vinculadas a la bibliocleptomanía como el plagio.

Juan Bonilla. El libro de los que roban libros. El Mundo. 1|6|2017.

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