dimarts, 23 d’agost del 2016

dies d'agost


Peter Orlovsky (esquerra), Jack Kerouac i William S Burroughs (cos a sorra),
 en una platja de Tànger, 1957.

CRÓNICAS DEL CALOR
El agosto de los escritores
Quizá todos los veranos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hastío
JUAN TALLÓN
El País
20 AGO 2016
¿Cómo era la vida en agosto hace cincuenta años, y hace cien, y en el siglo de León Tolstoi? Quizá todos los agostos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hastío. Tolstoi anota en sus diarios, el 12 de agosto de 1854, que ese día empezó la mañana bien, trabajó un poco, pero por la tarde… "Dios, ¿no voy a reformarme nunca? Perdí en el juego lo que me quedaba de dinero y 3.000 rublos que no pude pagar. Mañana venderé mi caballo". En otro universo, y en otro siglo, Virginia Woolf hablaba de agosto de 1927 como el año de los días felices en los que aprendió a conducir y "el coche está resultando la alegría de nuestras vidas, una vida adicional, libre, móvil y airada".
Hay años, o vidas, en las que ante agosto nada posee gravedad bastante. "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación", escribe Franz Kafka en una de las entradas más citadas de sus diarios, en agosto de 1914. Por contra, hay existencias que en ese mes se vuelven gravísimas. Insensible al consuelo, Alejandra Pizarnik registró en una nota del 25 de agosto de 1962, durante su estancia en Saint-Tropez que "sé perfectamente que si no me suicido pronto, me daré a la bebida".
En 1959, Gil de Biedma pasó el 10 de agosto con Ángel González en Miraflores, donde visitaron a Vicente Aleixandre. "Día agradable, pero de mucho alcohol", escribe, resumiendo una estampa típica del verano. En otro gesto propiamente estival, Josep Pla paseaba en 1918 por Canadell cuando observó a cuatro muchachos agujereando las paredes de las casetas de la playa para ver cómo las señoritas se desnudaban a la hora del baño. "Siempre hace gracia contrastar, sobre la piedra de toque de la realidad, los tópicos escolares".
Siguiendo la costa, hacia el sur, se llega a Palamós. Allí pasó varios meses de 1962 Truman Capote, trabajando en A sangre fría. En una de sus postales a Marie Deway, con fecha de 8 de agosto, daba cuenta de la "gran aventura" que había vivido el día anterior, cuando "un incendio forestal quemó la finca de al lado y casi nos engulló". Lo único que cogió antes de salir corriendo fue el manuscrito de la novela.
Los viajes para trabajar son consustanciales al verano. En una conferencia de 1932, Federico García Lorca contaba cómo tres años antes llegó el mes de agosto "y con el calor estilo ecijano" que asolaba Nueva York decidió marcharse al campo, a Edem Mills, donde dos niños "con paciencia me enseñaron la lista de los presidentes de Norteamérica". Tras su periplo por Cuba, llegaron también a Nueva York Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí. Esta glosa en sus diarios, el 10 de agosto de 1939, que pasaron la mañana en el Museo de Arte Moderno. "El cuadro de Picasso, El perro y el hombre, de su período azul, me embelesó. […] El Gala de Dalí, espléndido".
En Descubrimientos, al llegar agosto Clarice Lispector improvisa preguntas para un cuaderno escolar. ¿Cuál es la cosa más antiguo del mundo? "Podría decirse que Dios". ¿Y la más bella? "El instante de inspiración". ¿La más grande? "El amor". ¿La más constante? "El miedo". "¿Y lo más fácil de hacer? Existir, después de que se pasa el miedo".
A veces agosto es un mes de espera. En sus notas de 1965, Ricardo Piglia relata cómo pasó un domingo preso en una comisaría. Había ido a un concierto de Mercedes Sosa, "estábamos un poco borrachos y de pronto, al salir, empezamos a pelear con un grupo de provincianos". Fue en Buenos Aires. En la misma ciudad, en 1951, Julio Cortázar se sentó a escribir una carta a Edith Aron para anunciarle que regresaba a Francia y que le gustaría verla. "No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear algunas veces por París para ir a escuchar a Bach". Lo espera una ciudad eterna, floreciente, distinta a la que paseaba Gaziel en 1914, en plena Gran Guerra, con los museos, las salas de conferencias y los teatros cerrados. "Los editores y libreros también han clausurado oficinas y tiendas, con unos rótulos que dicen: À cause de la mobilisation", escribe en Diario de un estudiante.
Hay tantas imágenes de París en agosto como escritores. En 1967, Paul Auster acababa de llegar a la ciudad, donde descubre el placer de fumar Parisiennes y salir temprano a la calle para tomar café con los trabajadores, el vendedor de hielo, el basurero… "Lo único curioso es que esos hombres –destaca en Informe de interior– en lugar de tomar café trasiegan toda clase de exóticas bebidas alcohólicas".


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